Pese a lo efímero de su existencia, tan solo 70 años desde su creación hasta su desaparición durante las guerras de Al-Andalus, la ciudad de Medina Azahara brilló, como su propio nombre indica.
Abderramán III quería una ciudad que fuera un fiel reflejo de la grandeza de la dinastía Omeya. Por eso ordenó fundar la ciudad en el 936, a los pies de Sierra Morena y frente al valle del Guadalquivir. En su construcción, llegaron a participar más de 10.000 personas.
Medina Azahara se convirtió en el mayor exponente arquitectónico de la dinastía Omeya, incluso, muchos especialistas hablan de ella como un particular Versalles, por sus columnas rojas y capiteles labrados al detalle con oro y piedras preciosas incrustadas.
Con una extensión de más de 112 hectáreas, la ciudad se construyó de forma escalonada aprovechando la orografía del lugar.
Una mezquita propia, áreas de recreo y descanso y zonas residenciales, acompañaban otras que tenían una función más oficial.
Un milenio más tarde sigue rodeada de leyendas e historias, la más conocida de las cuales es la que dice que fue construida por amor a una mujer, que se habría llamado “Azahara”.
En julio de 2018, este conjunto arquitectónico que permaneció oculto durante un milenio, fue inscrito en la prestigiosa lista de Patrimonio Mundial, convirtiendo a Córdoba en la única ciudad del mundo con cuatro declaraciones de Patrimonio Mundial y colocando a España en el tercer país con mayor número de distinciones, después de China e Italia.
La hoja bloque dedicada a esta ciudad mágica, muestra una de las construcciones que mejor se conservan de la ciudad, donde se pueden ver los famosos arcos de medio punto tan recurrentes en su arquitectura.
El sello, recoge el detalle de uno de los arcos, con el cielo azul de fondo y está troquelado con la forma del mismo.