Gozaba de un oído privilegiado para los diálogos y de un ritmo narrativo envidiable, que se hicieron merecedores del Premio Nacional de Narrativa en 2018: para entonces ya se había enfrascado en un ciclo de seis novelas que tituló Episodios de una guerra interminable, y que cubrían los veinticinco años siguientes a 1939: desde Inés y la alegría a Mariano en el Bidasoa, que quedó incompleta, esa obra, de una ambición enorme y con un estilo inconfundible, atestiguan el proceso y la madurez de una autora que se dirigía hacia la escritura de la memoria, y no solo de la ocurrencia. Porque la intención de Almudena no era solo narrar lo ocurrido en la dictadura de Franco, sino entender nuestra sociedad como consecuencia de ese pasado.
Sus historias eran transparentes como todas las duraderas, frescas y reales, como esas fotografías tomadas sin que sus protagonistas lo sepan. Quizás por eso su relación con el cine haya permanecido siempre tan cercana y tan eficaz: gran parte de sus novelas se convirtieron en películas de éxito. Le movía una fuerza literaria enorme, la necesaria para abordar la tarea a la que se había encomendado. Era rápida, ingeniosa y sarcástica: ni siquiera sus enemigos podían negar su éxito, ni su talento: y se hizo unos cuantos con sus artículos vitriólicos y sus opiniones contundentes.